Amnesia Afásica




Uno de los trastornos más comunes en esta clasificación es la amnesia afásica, caracterizada por la pérdida de ciertos fragmentos de la memoria que repercuten directamente en la estructura del lenguaje y llevan al sujeto al mutismo.

Este trastorno suele aparecer en la edad adulta y, en 30% de los casos, el problema afásico se asocia a un problema catatónico. Sus síntomas aparecen entre los 20 y 30 años y frecuentemente se confunden con otras patologías como la depresión. Por razones desconocidas, a partir de esa edad ciertos individuos  muestran un deterioro del lenguaje y la memoria, tanto en sus aspectos expresivos como comprensivos.

Los orígenes de esta alteración aún no han sido suficientemente explorados, sin embargo, existe la hipótesis de que hay un origen traumático en ella, el cual provoca cierta disociación entre los recuerdos y la lengua, tanto oral como escrita. Las técnicas de neuroimagen no han arrojado todavía ninguna causa orgánica comprobable para ello.  

A continuación transcribimos el testimonio de una paciente cuyos antecedentes familiares la predisponen a presentar esta alteración:
Antes incluso que las palabras, aprendimos las imágenes. Estaban allí, rodeándonos por doquier sin que nos diéramos cuenta. Pero no eran esas imágenes que hoy vemos proyectadas en pantallas y tampoco eran las argénticas representaciones fijas que un día traerían al pueblo los fotógrafos trashumantes. Eran de otro tipo.


Mi bisabuela contaba que su madre había sido una de las mejores para interpretarlas. Desde la distancia, ella podía mirar y descifrar aquello que no se percibía a simple vista. Había acumulado para ello un archivo inmenso de representaciones mentales. Conocía cada rostro, cada manera de andar y cada gesto de los habitantes del pueblo, y también era capaz de reconocer las señales del cielo y las fisuras del territorio. Con tan sólo mirar sabía si alguien estaba enfermo o preocupado, si en la tarde llovería o si ese sería un buen año para la cosecha del café.


Nadie sabe a ciencia cierta qué ocurrió, pero no pudo enseñar a sus hijas. Una mañana, al despertar, había olvidado. Andaba por la casa como perdida, incapaz de reconocer las cosas o a las personas. Lo extraño era que el olvido no había alcanzado las palabras, podía pronunciar los nombres de las cosas pero parecía que su mirada ya no las identificaba. Los signos y las imágenes se habían dislocado, ahora repetía frases vacías como buscando en ellas un sentido que ya no era capaz de encontrar.

Entonces hablar se volvió algo extraño para ella, como recorrer una habitación repleta de familiares lejanos que uno sabe que conoce pero no acierta a identificar. Dejó de salir de casa y se encerró en sí misma. Surgió entonces el silencio, todos a su alrededor comenzaron a callar, un poco por solidaridad y otro tanto porque su mirada, perdida en el vacío, parecía imponerlo.
Sus hijas crecieron así, aprendiendo de ella el silencio. El padre encontró pronto otra mujer; era lo más natural en el pueblo; un hombre solo necesita compañía, especialmente si debe criar a tres niñas que hablan poco y miran con una profundidad que desconcierta. La nueva mujer, intimidada por esos ojos penetrantes, hizo todo lo posible por
mantenerlas lejos.
Incapaces de sobrellevar esa vida, huyeron. Ofelia, la mayor, se escapó con un viejo que la llevó a vivir lejos. Obdulia también se casó, se mudó a unas cuantas casas y continuó haciendo las mismas tareas. Eloisa, mi bisabuela, se quedó más tiempo, esperando quizá a que las
cosas cambiaran, hasta que un hombre joven de camisa muy blanca la convenció también de escapar con él.
A veces la veo recordándolo, antes de que una enfermedad del hígado se lo llevara y la dejara como una viuda joven con sus propias tres hijas. No lo dice, pero sé que ella mira las cosas como lo hacía su madre. Puedo verlo en el asombro que muestra cuando una imagen nueva la encuentra. Algunas noches grita y balbucea como queriendo nombrar algo sin llegar a hacerlo. Aún no encuentra ese vínculo perdido entre
sus recuerdos y las palabras.